lunes, 28 de marzo de 2011

LA CARETA DE LA SANTIDAD

Levítico 10.

Después de que Dios terminó de explicarle a Moisés cómo debían ofrecerse las ofrendas (6:8 al 7:38), y después que Aarón y sus hijos fueran consagrados a Dios como sacerdotes y ofrecieran sus primeros sacrificios delante de Él (capítulo 9) sucedió algo inesperado. Algo que no debería haber sucedido nunca.

¿Qué hicieron Nadab y Abiú delante de Dios? (10:1).

Nadab y Abiú eran sacerdotes de Dios ¡pero solo en apariencia!

Ellos tenían todo el aspecto exterior de sacerdotes. Cualquiera que los miraba podía identificarlos fácilmente:
  • Pertenecían a la familia de los sacerdotes.
  • Habían sido escogidos y ungidos como sacerdotes
  • Vestían las túnicas blancas sacerdotales, símbolo de pureza y santidad.
  • Habían puesto sus manos sobre la cabeza del animal del sacrificio identificándose con él.
  • Ofrecieron ofrendas delante de Dios en el Tabernáculo.

¡Eran privilegiados entre todo el pueblo al poder servir a Dios! Podían hacer lo que millares del pueblo jamás llegarían a hacer. Ocupaban un lugar de honor y privilegio ¿quién podía dudar de ellos?

Pero el corazón de Nadab y Abiú no era santo. Ellos tenían toda la apariencia de la santidad pero no lo eran en absoluto.

Dentro del Tabernáculo de Dios ofrecieron un fuego extraño. Le ofrecieron a Dios un tipo de ofrenda que Él nunca les había mandado ofrecer. Probablemente, ambos estaban pasados de alcohol y quisieron “jugar a ser sacerdotes”. ¡Pobres tipos! No tuvieron en cuenta que Dios no juega con las cosas santas.

El final ya lo conoces.

Piénsalo.

¿Cómo estás viviendo?

¿Con apariencia de cristiano dentro de la iglesia o como un adolescente y joven auténticamente comprometido con Jesús aún fuera de las “blancas paredes“?

¿Estás ofreciendo delante de Dios las ofrendas que Él desea recibir: gratitud, confesión sincera de pecados, alabanza y adoración, sujeción a tus autoridades, oración, fe en su Palabra?

¿O tu ofrenda es un “fuego extraño” de desobediencia, de quejas y enojos, de pecados ocultos, de mezclar lo santo con el mundo, de apariencias?

¿Valoras el privilegio que tienes de ser un hijo de Dios y un sacerdote delante de Él?

¿Valoras el privilegio de poder servirlo?

¿Lo sirves con un corazón limpio y agradecido?

¿Renunciarías a tus “apariencias” para comprometerte totalmente con Él?

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