Éxodo 20.
Ya pasaron tres meses desde que los israelitas salieron de la esclavitud de Egipto, y en este breve tiempo, Dios los sorprendió con sus milagros y poderes. La columna de nube guiándolos (y dándoles sombra) durante el día. La columna de fuego alumbrándolos (y dándoles calor) durante las frías noches del desierto. Un cruce en seco a través del mar. Agua amarga convertida en agua potable. Comida del cielo, nutritiva, dulce y abundante, llamada maná. Agua de la roca, y la primera batalla ganada contra los violentos de Amalec que quisieron destruirlos. Y ahora, después de 3 meses de viaje, llegan al desierto del Sinaí, donde Dios los volverá a sorprender, pero esta vez con su sabiduría, su ciencia y su santidad.
Escucha: Los diez mandamientos o cualquier otra ley, no sirven de nada si no recibes a Jesús como tu Salvador y Señor. Podrás saberte de memoria los diez mandamientos, podrás ir a la iglesia todos los sábados y domingos, podrás hacer todo el esfuerzo que se te dé la gana para cumplirlos y obedecerlos, podrás recitarlos mil veces, pero si nunca invitaste a Cristo a vivir en tu vida y si nunca le pediste perdón a Él por tus pecados, estás muerto en tu corazón y todo lo que hagas o recites de la Biblia no te servirá absolutamente de nada. ¿Te queda claro?
Hay quienes piensan que por cumplir algún mandamiento, por ejemplo, no robar ni adulterar ¡ya está! ¡Ya son santos y todo está bien con Dios! ¡Mentira! ¡Falsos espirituales! ¡Están condenados! Porque seguramente le oran, le prenden velas y se arrodillan delante de los santos y de las vírgenes y se cuelgan crucifijos o coleccionan estampitas ¡y eso también está prohibido por Dios en el 1º y 2º mandamiento!
Y seguramente son codiciosos, seguramente hablan mal de sus vecinos o familiares, tal vez roban no pagando los impuestos o enganchándose de la luz ajena o pinchando la señal de cable o dejando enormes deudas.
O seguramente son irrespetuosos, desobedientes y mal educados con sus padres. ¡Y todos estos son mandamientos que ellos no cumplen!
Piénsalo.
Aún nosotros muchas veces nos comportamos igual que ellos. Nos olvidamos que nuestro Dios es Santo y que Él, aunque no descienda con truenos y relámpagos ni nos mande un rayo para matarnos apenas pecamos, si nos exige santidad en nuestros sentimientos, palabras, pensamientos y actitudes.
Tendríamos que temblar, aunque sea un poquito, delante de Él, en vez de comportarnos como hipócritas: hacer cualquier cosa por ahí, hablar mal de alguien y después alabar y orar como si todo estuviera tan bien. Más importante que los mandamientos en tu cabeza es la santidad en tu forma de vivir.
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